Poema para una prostituta
Y las prostitutas les preceden a ustedes en el Reino de los Cielos – Mt. 21, 31 Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar al Reino de Dios. – Lc. 18, 25
Hombres necios que acusáis
Estabas en un diario de la tarde
Mirándonos. Mirándome.
No era dolor, vergüenza o desafío:
me estabas personando.
Por tener siempre el mismo lecho
y el mismo hombre en el lecho
y el mismo amor creciendo.
(¡Ah, no tener que inventarlo a pedazos…
Y lo mejor de todo: tener que resguardarlo
para que no se quiebre o se marchite).
Me estabas perdonando porque mis hijos nacen;
porque no tuve que podar el ala
de la mujer, capaz de eternizarse.
Porque conozco el grito de la vida que llega
y la fiebre que llega, y el cuidado…
Porque supe del vaivén de una cuna
(en tu recuerdo, sólo un vaivén de caderas…)
Porque un hombro me espera en el cansancio
y somos dos para enfrentar la muerte.
(en tu recuerdo, soledad con otros
más terrible que estar sola contigo).
Me perdonas mi vida. Y ni siquiera
me rechazas por eso.
Hermana- te diría- Hermana nuestra.
Culpa nuestra. Pecado compartido.
Invitada a la mesa
también como nosotros. Y no te hicimos sitio;
Y no te dimos ni agua
para abreviar la espera.
(… no quedó más remedio que estrujar la del barro.)
Y seguimos proclamándonos puros,
honestos, satisfechos
de esta virtud sin pruebas, sin caídas.
No dejes de mirarnos. De mirarme.
Tal vez por eso, el ojo de la aguja
me dé paso al final
y allí te encuentre:
no en un diario cualquiera de la tarde,
sino en la Luz, de frente,
arropada de Amor.
Y me avergüence.
Radio María 2 de julio de 2007
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