Tercer tiempo: Aquel de vosotros que esté sin pecado…
Si las ves al pasar no blasfemes
ni te rías, ni llores. La piedra
te podría – quien sabe- dañar de rebote.
Si las ves al pasar calla y piensa:
son mujer, prostituta… ¡persona!
como tú y como yo; como un oro cualquiera.
Yo las vi una a una
ofreciendo a los ojos sus piernas
atractivas, ansiosa de brazos
que destruyen y secan.
La miré y las amé porque vi
que su espera
rezumaba dolor y amargura.
Era invierno y el frío
las mordía en la carne
mucho más que en el horno y la piedra.
Aguardaban que alguno,
moderando su paso pidiera
lo que un mujer puede dar
al que llega…
Las hallé soportando el calor
de esas horas terribles de siesta,
y advertí en su mirada cansancio
de vivir, siempre expuestas
al hurgar degradante y absurdo
de moscones y abejas
que se dicen honrados, y visten
quizá ropas nuevas.
Comprendí la injusticia flagrante
de ese mundo tan limpio y compuesto,
y capaz de negarles “a ellas”
el derecho a sentirse personas…
Cada vez que las veo en mis sueños
aguardando, aguardando en hileras,
imagino un gran cepo
y en el centro, sangrando la presa:
oigo voces airadas que exigen
-¡como entonces! – la justa condena
de inmensa basura, ludibrio,
maldición y vergüenza.
Si mi voz resonara
con el timbre y el brío de Aquella…
Ay,
El rectángulo azul de mi pobre ventana
no es azul sino gris y la estela
que las aves de acero dibujan
no me dejan pensar, no me dejan…
Un tronido angustioso, rotundo
nos envuelve y ahoga. La tierra,
y los hombres, y el mar… En el cepo,
las pobres, recogiendo la piedra…
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